Una vez conocí a un pintor, se empeñaba en pintarnos un frigorífico viejo que teníamos. Lo hacía en el patio que teníamos delante de la casa, encima de una mesa de piedra, delante de la ventana de mi habitación, donde yo trabajaba con el ordenador.
Me llamaba la atención su forma de pintar, era abstracto, sugería formas, cosas que podían ser. Él se dio cuenta que sentí atracción y me insistió varias veces, que me quería enseñar a pintar, pues según él yo tenía aptitudes. No le hice caso y no le tome en serio, pero parecía que cada vez que nos veíamos me decía lo mismo, así que una vez que le llevaba en coche, después de volverme a insistir, le dije que fuésemos directamente a una tienda de pinturas y comprásemos lo que me hiciera falta. Compramos varios tubos de pintura al óleo, algunos pinceles y poco más. Solo me dio dos o tres clases y desapareció de mi vida. Básicamente me dijo que fuese intuitivo, que me dejase llevar, que no intentara hacer ninguna forma, solo que extendiera la pintura, que mirara mucho el cuadro e intentara que tuviese armonía.
Empecé con lo que me dijo y cuando cubrí toda la tela (había utilizado solo colores tierra), recuerdo que me dijo que ahora eligiera amarillos y allí donde me pareciera, le diera pequeñas pinceladas. Siguiendo lo que me había dicho, de repente veo que el cuadro tiene profundidad, que en una parte de él, hay lo que podría ser una cueva y la cara de un niño como si quisiese salir. Luego por distintos lados del cuadro, había alguna figura, pero sobre todo rostros, caras que para quién tuviera técnica, sería muy fácil de hacerlas evidentes. Me quedé bloqueado al no saber ni cómo sacar todo eso que veía, ni como proseguir con el cuadro. Cuando se lo comenté, cogió un pincel y me tapo todo lo que yo veía y me dijo que me olvidase de las formas. Luego desapareció y me quedé a medias, pinté algún cuadro más y al final me olvidé de la pintura.
Pasaron 6 u 8 años aproximadamente. Tuve un accidente que me impedía hacer lo que habitualmente hacía y recordando la pintura, me apeteció volver a pintar. Pinté 4 o 5 cuadros y en uno de ellos, sentí algo especial. Era una sensación, difícil de definir, tenía la sensación de que con la pintura ya lo había hecho todo y sin embargo considero que no tengo ni idea de pintar.
Por aquél entonces, estaba en una comunidad espiritual. El maestro que teníamos, sin saber nada de dicho cuadro (pues lo había pintado la tarde anterior), dijo en la sesión de la siguiente mañana, que yo iba a pintar en mis cuadros el camino de salida. En ese mismo momento, yo me dije a mí mismo, que si iba a pintar algo, eso ya estaba en el cuadro que había pintado, así que los siguientes dos días, hice algo que había sentido ya hace tiempo con otros cuadros y que nunca había puesto en práctica. Quería verlo detenidamente y me puse a meditar delante del cuadro.
No voy a detallar aquí todo lo que vi y aprendí, solo quiero decir que vi, lo que yo no pinté y quedé impresionado. Un cuadro lleno de rostros hechos de otros rostros y cuando tuve esa visión bien clara, unos ojos me llevaron a un nuevo cuadro de más rostros. Hubo algo que dije que me hubiera gustado no haber dicho y es: No necesito ver más. Y dejé de ver y hasta hoy mismo no lo he vuelto a ver. No solo fue la visión algo sin palabras, en ese proceso hubo dialogo con el cuadro, con los rostros, con las miradas, hubo conciencia de los pensamientos, hubo paz interna.
Ese cuadro no solo fue un inmenso regalo en un momento difícil, ese cuadro me devolvió al mundo del que me había separado, lo regalé y al final volvió a mí. Ese cuadro se llama: Mundos dentro de mundos o el sueño final, tiene dos nombres. Quizás el mayor regalo que me hizo, no fue la visión, está solo fue la forma maravillosa de expresar mi oración más profunda. No quiero desvelarla, recordándola de nuevo me emociona.
El primer día vi lo que yo llamo delante del cuadro y el segundo lo que llamo detrás. Aparentemente no tiene nada que ver una visión con la otra, pero precisamente la unión de ambas es lo que le da el verdadero significado a ese cuadro.
Soy privilegiado, solo por el hecho de haberme soltado, de haberme vaciado, pero no por haber tenido una experiencia especial, todos la tenemos a la vuelta de la esquina, solo tenemos que poner lo que hace falta poner. Todos somos privilegiados. Cuento mi experiencia un poco por encima, para animar a quién pueda leer estas palabras a que cada uno, se atreva a ser uno mismo, que camine en esa dirección. La vida se encarga del resto. No hay meta, la meta solo sirve para ponernos en marcha y echar a andar, pero la verdadera meta es vivir el camino.
No sé si algún día volveré a ver ese cuadro tal como lo vi, o incluso más profundamente, o si alguien verá lo que yo he visto o lo que yo no he visto, pues quién sabe lo que allí se esconde. Recuerdo que por aquel entonces, cuando lo vi, tuve la sensación de que ese cuadro era como un libro y yo solo había abierto las primeras páginas.
Ahora sé que esa misma actitud que puse en el cuadro, esa entrega, esa atención, ese desprendimiento, es lo mismo que tengo que hacer con cualquier cosa de la vida, en las cosas más pequeñas, también en esas que parecen insignificantes, de hecho ahí es donde deberíamos empezar.
Los frutos que recogí, tuvieron que ver con lo que sembré. No quiero olvidar nunca esa gran lección, para llevarla a cabo en cada acto de mi vida, para poner siempre desde el inicio, la mejor entrega, la mejor disposición, pues eso es lo que quiero recibir y eso quizás sea la lección que el cuadro quiere enseñarme.
Yo, este personaje que escribe, solo pinté las manchas, que es lo primero que se ve, pero ¿Quién pintó el resto?